BLANCO Y NEGRO
Con el alba insolente y un
cigarro encendido,
sonreía.
Por el pasillo largo y
sinuoso
bordeaba la alfombra,
hasta el cuarto de baño o
la cocina.
Yo le oía silbar la Marcha
Turca,
canjeando los restos de mi
sueño,
por un aroma dulce de
cariño y café.
Mirábamos al sol y al
almanaque
con el mismo rigor cada
mañana.
A las ocho y tres cuartos
transformábamos juntos
el paisaje de otoño,
derramando poemas
por charcos y adoquines.
Junto a Bécquer, Machado o
Aleixandre
me llevaba al colegio.
Al borde del paraguas
volvíamos despacio,
descifrando letreros
fluorescentes,
contando con los pies
hasta cincuenta.
En la inmensa trastienda
de sus gafas,
se escondían los duendes y
la música,
la silueta del mar
y unos fértiles ojos
azulados.
A veces olvidaba entre mis
libros
un verso manuscrito, una
hoja seca
o un tenue subrayado bajo
el texto.
A menudo le escucho
todavía,
sonreír entre Mozart y el
café.
Cruza la madrugada,
y sus alas sortean
los cuadros blanco y negro
del pasillo.
©elvira vicente bernabéu (Extracto
de Regaliz)